Adán
(y Eva) al desnudo
La
semana pasada Cuatro estrenó, con un gran éxito de audiencia, Adán
y Eva,
que viene a ser la evolución natural de los dating
show,
ese subgénero televisivo que se presta, y mucho, a la vergüenza
ajena.
Desde
el autonómico y naïf Amor
a primera vista
hasta los tróspidos de ¿Quién
quiere casarse con mi hijo?
o el icónico Mujeres
y hombres y viceversa
ha llovido mucho, pero hay algo que sigue constante: que todo es
mentira.
A
pesar de ello, en Adán
y Eva
nos quieren vender la burra: “La verdad sólo se presenta de una
forma, desnuda” rezaba, pretencioso, un rótulo en el estreno y a
continuación la presentadora nos explicaba que el programa había
creado “un mundo donde enamorarse es la única ocupación de los
participantes”. Esto, en cristiano, significa: vamos a poner a
gente no muy lista en pelotas, les vamos a dar alcohol y vamos a ver
qué hacen, como si en vez de follar fueran a replantear las bases de
la civilización occidental.
El
resultado del experimento es genial: chicas con el papo al aire y
chicos balanceando la chorra por la playa e interactuando entre ellos
como si fueran chimpancés. Se tumban a la sombra, se tocan aquí, se
tocan allá y hablan de ir a visitar museos cuando dejen la isla.
Como el ora
et labora
benedictino, vaya.
Lo
único que me molesta de Adán
y Eva
es que hayan buscado algún pretexto para lanzar el formato (aunque
sea tan endeble como el que utilizó una concursante para justificar
su participación en el programa: “Tengo 21 años y aún no he
encontrado el amor”) porque si algo aprendimos de GandíaShore
es que el entretenimiento televisivo ya no necesita tener sentido:
sólo hace falta un puñado de bufones descerebrados con abdominales
marcados y mucho alcohol.
Columna publicada a Levante-EMV el 22 d'octubre de 2014
Columna publicada a Levante-EMV el 22 d'octubre de 2014