El
chester de Bertín
Como
si se tratara de una profecía maya sobre una conjunción astral de
efectos devastadores, el domingo por la noche coincidieron en
televisión Rosa Díez y Albert Rivera. Una en El
Objetivo
de Ana Pastor y el otro en el chester
de Risto Mejide.
Lo
primero acabó como un duelo dialéctico de señoritas Rottermeier y
lo segundo como una conversación de barra de bar entre dos
divorciados que se quejan porque no ven a sus hijos tanto como les
gustaría. Y yo dándole al mando a distancia como un loco, de
despropósito en despropósito.
Dejé
El
Objetivo,
ese programa que dice que “estos son los datos” (sic)
para que el espectador saque sus conclusiones, cuando un reportero
salió a la calle a preguntar a transeúntes qué opinaban, en
general, de la corrupción en España y me topé con Mejide
preguntándole a Rivera si volvería a posar desnudo en un cartel
electoral. De regreso a La Sexta, me sorprendieron Pastor y Díez en
un diálogo de estiradas intentando demostrar a la audiencia que una
era más lista que la otra y no pude evitar pensar que si hubieran
sido hombres el programa hubiera acabado con los dos sacándosela y
midiéndosela.
Rivera
estuvo mejor, pero no por méritos propios, ya que con Mejide pasa
una cosa curiosa: cualquier entrevistado a su lado parece una persona
afable, modesta y simpática, ya sea un político, un presentador de
televisión o un genocida. Toda regla, sin embargo, tiene su
excepción y en este caso, antes de Rivera, Mejide tuvo un
entrevistado al que no pudo superar: Bertín Osborne.
Al
lado del cantante de rancheras ni siquiera Risto resulta engreído o
pretencioso y sólo alguien que tiene la caspa dentro y no fuera de
la cabeza es capaz de soltar cosas como que “Ahora no soy infiel
porque valoro lo que tengo”.
Hay
determinados personajes de los que la televisión necesita
divorciarse para siempre.
Columna del 5 de novembre de 2014, a Levante-EMV.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada